



El sacramento de la Unción es el sacramento de la esperanza teologal, de la esperanza de entrar en la Gloria; de la entrega tranquila del espíritu en los brazos amorosos del Padre-Dios; en los brazos en los que Cristo entregó el suyo desde la Cruz. No de una esperanza que fija su meta en el bien físico de la salud corporal, sino de una esperanza teologal que tiene puesta la vista en la resurrección de ese cuerpo dolorido que ahora está ungido con el óleo, y en su destino final que es la Gloria.
No es un remedio terapéutico de la enfermedad del cuerpo, pero al infundirle fe y esperanza al enfermo, bien puede aliviarle suavizándole la enfermedad, haciéndola mucho más llevadera..., e incluso sanándola, si ello ha de redundar en bien del alma. (Esta doctrina está recogida en el Concilio de Trento, de acuerdo con la Tradición de la Iglesia)
En el sacramento de la Unción de los Enfermos se realizan dos gestos o signos que tienen un profundo sentido: la imposición de manos y la unción con aceite.
El mismo Jesús practicó el gesto de la imposición de manos sobre los enfermos (Mc 6,5; Mt 8,3; Lc 4,40) y lo encargó a sus discípulos (Mc 6,18), que lo practicaron habitualmente (Hch 9, 12.17; 28,8) Es un signo de la bendición que este sacramento confiere.